Hace algunos meses, publiqué en el anterior foro una carta a mi doctora donde le expresaba cómo me siento. Algunos compañeros me han pedido que la vuelva a publicar por si sirve de ayuda a alguien. Disculpen que me repita una y otra vez.
A lo largo del día o de un día al siguiente, tengo cambios emocionales muy fuertes.
Cuando me siento alto me sorprenden multitud de ideas. Por ejemplo, debido al "movimiento de los indignados" escribí una carta al Director de El País con todos los errores del sistema político español: la cuestionable validez de la Constitución de 1978 y del sistema de partidos, la mala representación de la soberanía, el coste de la duplicidad de las Administraciones. Las palabras salían solas. Tenían sentido y brillantez. Dudaría haberlas escrito si no reconociese mi letra.
A menudo menciono mis sentimientos de superioridad por tener cualidades exageradas al sentir, al fotografiar y al ver belleza donde otros no lo hacen. Para mí la sensibilidad es el contrapunto de la miseria de la depresión. Con ella le doy color a mi vida para no ahogarme en ella.
Allá arriba, en la euforia, duermo menos pero sueño más. Soy un grandioso actor de cine. No como lo suficiente y alimento en exceso a la perrita. Relleno la agenda con entrenamientos deportivos para los que no estoy preparado y compro hermosos cuadernos que casi nunca empiezo. Todo lo hago nervioso y a toda prisa, pero el estrés me paraliza y estallo. Mi furia se dirige a quien se cuela en mi cola o al conductor irrespetuoso con el paso de peatones. Ahí empieza el run-run mental descontrolado y la idea de la propia inutilidad. Me siento inútil por creerme vacío, culpable, perdido. Cuando me echo en cama, me abrazo por los omóplatos en señal de afecto, pero me aprieto para no cometer una locura.
No me gusta estar deprimido, porque pasaría horas en cama o sentado ante el televisor sin atención alguna, hasta conseguir ver sin mirar. Cuando quedo ensimismado -o traspuesto, como diría mi abuela- noto un cierto equilibrio, porque no hay grandes preocupaciones sino paz interior. Duermo despierto y me relajo. Sin embargo, temo perder el control y dejarme ir de cualquier manera para "liberarme" de la angustia. La idea del suicidio es reincidente. Ni atractiva, ni dolorosa. Pienso en la muerte y veo irse a mi padre; desde su despedida en una cama de hospital hasta que dejó de respirar. Acabar no es una locura, sino el agotamiento de la esperanza. Hay algunos motivos para seguir. Mi pareja me quiere de verdad y está deprimida -quizá por mi culpa-. La curiosidad del jugador arruinado que encuentra una moneda. El arrepentimiento del que salta al vacío y reconoce que también en éso se ha equivocado.